Poética de vida a lomos de un caballo

Raquel Vázquez
3 min readNov 17, 2019
Detalle de la cubierta del Ghosteen (2019), álbum de Nick Cave & The Bad Seeds

Es más fácil el hallazgo en la escasez que en la desmesura. Y son tiempos de desmesura, en todos los ámbitos. En esta ocasión haré zoom en la música. Escucho de media varias horas de música diaria, una mezcla ecléctica, un cóctel tal vez indigesto. Casi todo acaba pareciéndome prescindible. Lo que en principio no es prescindible, casi siempre al final termina también siéndolo.

Y solamente son perlas que aparecen cada cierto tiempo en el buceo, tras meses o años de vacío, piezas como “Chelsea hotel” o “Hallelujah” de Leonard Cohen, “One way night” de Metro, “Codex” o “True loves wait” de Radiohead o “Simulacro” de Rafael Berrio. En casi todos estos casos recuerdo la primera vez que las escuché. Ese acontecimiento (Badiou), ese relámpago sin toma de tierra posible. De lo que estoy segura es de que he llorado con todas ellas. Deseo poder seguir haciéndolo.

Hace un par de semanas sumé, felizmente, otra más a la lista. “Bright horses”, del último disco de Nick Cave y sus ¿malas? semillas. Contiene tres estrofas: sobre la ilusión, sobre el desengaño y sobre la esper(anz)a. Tres estrofas como un tríptico de vida.

La primera estrofa funda la utopía. Un mundo de caballos de luz que galopan con sus crines de fuego. Un mundo donde los caballos de luz brotan de esa mano que se toma y que a la vez es la que sostiene el mundo. Un mundo donde todo está bien. De hecho, demasiado bien.

Porque la Arcadia se rompe, se corrompe. Vamos a la segunda estrofa. “And everyone has a heart and it’s calling for something”. Un verso tan sencillo como necesario. El verso que a mí, no sé todavía bien por qué, me produce más emoción de toda la pieza — probablemente, algún asunto subconsicente que con el tiempo y la rumia descifraré. Casi siempre estamos sordos para los corazones de los demás, y también para el nuestro. Corazones que reclaman algo y tienen derecho a fantasear. ¿Es que no podemos soñar con caballos de luz? ¿Es que no podemos soñar con la mano que necesitamos? “And we’re all so sick and tired of seeing things as they are”. Porque tanta realidad hace daño. Nos hacemos daño en la caída perpetua, constante. Como decía Huidobro en Altazor, “la vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer”. Estábamos soñando con pastos y caballos de luz, pero caemos. Porque “horses are just horses”, “fields are just fields”. Porque estamos solos y ni siquiera “there ain’t no Lord”. Apenas soñamos con siluetas que el tiempo no disuelve. No hay mucho más.

Pero cambian los acordes, suenan de nuevo los del principio: llega una tercera estrofa que suena a síntesis (no lo había pensado, pero hasta puede explicarse a Hegel con esta canción; curioso). ¿Qué queda? La espera. Y a veces hasta la esperanza. “The world is plain to see” pero esperamos a esa persona que llega en el tren. La espera. Esperar, dice Andrea Köhler en su maravilloso ensayo El tiempo regalado, es “nuestra primera práctica en el pensamiento utópico, en la resistencia contra las imposiciones de un mundo que diseñan otros”. Hay resistencia en la caída. Caeremos, sí, pero al menos desplegaremos las alas. A la vez que los caballos siguen galopando en esa espera. Y ese sonido del tren acercándose. En palabras de Jorge Riechmann, “no puede nunca lo humano ser predicción, sino solamente promesa”. Tenemos como certeza la promesa. No hay mucho más, “it’s hard to explain”. Porque esperamos lo inesperado, y hasta a veces lo inesperable. Y decimos a pesar de que no podemos, no sabemos decir.

Son sintomáticas las dos progresiones de acordes (do menor, si ♭, mi♭, la♭ y la♭, mi♭, do menor, si♭): ninguna de ellas termina en el acorde de tónica, sino, tomando como referencia el modo menor, en los acordes de subdominante y dominante, respectivamente. No hay conclusión, no se resuelve nada: con cierta inexactatud, en la acepción musical de resolver, y sobre todo y de forma exacta en la acepción de la vida. Nada se resuelve. Seguimos. Seguimos y casi siempre los caballos serán sólo caballos. Lo sabemos. Pero recordaremos el galopar de los caballos. Porque los soñamos. Porque hasta es posible que, alguna vez, en algún lugar y de algún modo, sí que hayan existido.

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Raquel Vázquez

1990. Filóloga e informática. Escribo. ‘Aunque los mapas’, ‘Paralelo 36’ o ‘Lenguaje ensamblador’, entre otros.